"¡Con la comida no se juega!" - decía mi abuela. Yo era un niño que imaginaba universos donde cada plato tenía una aventura escondida entre sus colores, aromas y sabores. Ellos siempre me invitaban a no aceptar el mandato familiar.

Al final crecí y me convertí en un adulto que, por jugar con la comida, no llegó a ser ingeniero, astronauta o presidente... ni siquiera cocinero. Cuando estoy aburrido, recuerdo al niño que alguna vez fui y simplemente... ¡juego!